Peyo Mercé enseña
inglés
Abelardo Díaz Alfaro
*Cuento del libro
TERRAZO
Tras el comentado episodio de la introducción
de Santa Claus en La Cuchilla se recrudeció la animosidad prevaleciente entre
Peyo Mercé y el supervisor Rogelio Escalera. Este, mediane carta virulenta y en
términos drásticos, ordenaba al viejo maestro que redoblase sus esfuerzos y
enseñase a todo trance inglés: "so pena de tener que apelar a recursos
nada gratos para él; pero saludables para la buena marcha de la educación
progresista". Ese obligado final de las cartas del supervisor se lo tenía
bien sabido, y con un mohín de desprecio tiró a un lado la infausta misiva. Lo
inusitado del caso era que con ella le llegaban también unos libros extraños de
portadas enlucidas y paisajes a colorines, donde mostraban sus rostros unos
niños y bien comidos y mejor vestidos.
Peyo agarró uno de los libros. En letras
negras leíase: Primer. Meditó un rato y rascándose la oreja masculló: Primer,
eso debe derivarse de primero y por ende con ese libro debo iniciar mi nuevo
via crucis. Otra jeringa más. ¡Y que Peyo Mercé enseñando inglés en inglés!
Quiera que no voy a tener que adaptarme; en ello me van las habichuelas. Será
estilo Cuchilla. ¿Si yo no lo masco bien, cómo lo voy a hacer digerir a mis
discípulos? Mister Escalera quiere inglés, y lo tendrá del que guste. Y hojeó
rápidamente las olorosas páginas del recién editado libro.
De las reflexiones lo fue sacando la
algarabía de los niños campesinos que penetraban en el vetusto salón. Los
mamelucos de tirillas manchosas de plátano, las melenas lacias y tostadas, los
piecesitos apelotonados del rojo barro de los trillos y en caras marchitas el
brillo tenue de los ojos de hambre.
La indignación que le produjera la carta
del supervisor, se fue disipando a medida que se llenaba el salón de aquellos
sus hijos. Los quería por ser de su misma laya y porque le presentía un destino
oscuro como noche de cerrazón. Buenos días, don Peyo, proferían y con ligera
inclinación de cabeza se adelantaban hacia sus banco—mesas. A Peyo no le
gustaba que lo llamaran mister: "Yo he sido batatero de La Cuchilla, y a
honra lo llevo. Eso de míster me sabe a kresto, a chuingo y otras guazaberías
que ahora nos venden. Estoy manchao del plátano y tengo la vuelta del motojo.
Se asomó a la mal recortada ventanita en el
rústico tabique como para cobrar aliento. Sobre el verde plomizo de los cerros
veteados de cimbreantes tabacales, unas nubes blancas hinchaban sus velas
luminosas de sol. En la llamarada roja de unos bucayos los mozambiques quemaban
sus alas negras. Y sintió que le invadía un desgano, una flojedad de
ánimo, que le impedía más bien encauzar su clase al estudio de la tierra, la
tierra fecunda que frutecía en reguero de luces, en coágulo de rubíes. Le
estaba penoso el retornar a la labor cotidiana, en pleno día soleado. Y
doloroso el tener que enseñar una cosa tan árida como un inglés de Primer.
Con pasos lentos se dirigió al frente del
salón. En los labios partidos se insinuaba la risa precursora del desplante. Un
pensamiento amargo borró la risa y surcó la frente de arrugas. Hojeó de nuevo
el intruso libro. No encontraba en él nada que despertara el interés de sus
discípulos, nada que se adaptara al medio ambiente. Con júbilo descubrió una
lámina donde un crestado gallo lucía su frondoso rabo. El orondo gallo enfilaba
sus largas y curvas espuelas en las cuales muy bien podía dormir su noche un
isabelino. "Ya está, mis muchachos tendrán hoy gallo en inglés". Y un
poco más animado se decidió a enfrentarse serenamente a su clase.
—Well, children, wi are goin to talk in inglis
tuday.-
Y mientras estas palabras, salpicadas de
hipos sofocantes salían de su boca, paseaba la mirada arisca sobre los rostros
atónitos de los niños. Y como para que no se le fuera la "rachita"
inquirió con voz atiplada -¿Understán?
— El silencio absoluto fue la respuesta a su
interrogación. Y a Peyo le dieron ganas de reprender a la clase, ¿pero cómo se
iba a arreglar para hacerlo en inglés?
Y volvió a asomarse a la ventanita para
cobrar ánimo. Una calandria surcaba la plenitud azulina.
—pétalo negro en el viento-.
Y sintió más su miseria. Ansias de liberarse.
Aprovechó el momento para ensayar la pronunciación de la palabra que iba a
enseñar. Y haciendo una grotesca mueca seguida de un sonido semejante al que se
produce al estornudar, masculló -cock- -cock- -cock-. Y hastiado increpó:
"Idioma del diablo." Y se decidió a intentar un método que se
apartaba algo de lo aconsejado en las latosas pláticas pedagógicas de los
eruditos en la materia. Reinó el silencio en el salón. Peyo era querido y
respetado por sus discípulos. ¡Cosa tan inexplicable para Rogelio Escalera!
Peyo desconocía los últimos estudios sobre la personalidad del maestro y más
sobre la psicología del niño. No le gustaba concurrir a las "amañadas
clases modelo", cosa esta en la cual se fijaba mucho el supervisor.
Un chorro de luz clara penetraba por la
ventanita moteando en rojo los rostros pálidos y cabrilleando inquieta en las
sueltas cabelleras.
-Bueno, muchachos, vamos a rejentiar hoy un
poco en inglés, inglés apuras. Y mientras las palabras brotaban trabajosas
pensó echar a voleo su discursito alusivo a las bienandanzas de lo que iba a
poner en práctica. Pero la sinceridad era su defecto capital como maestro.
Sentía que se le formaba un taco en la
garganta, y con los dedos convulsos se aflojaba el nudo de la desteñida corbata
para librarse de la opresión. Maldijo en lo más remoto del subconsciente unas
cuantas cosas, entre ellas al supervisor que lo hacía nadar en aguas donde el
que no es buen pez se ahoga. Y con resignación musitó: "A fuete y a puya
cualquier yegua vieja camina." Y la frase jíbara cobró en su mente toda su
dolorosa realidad.
Y Peyo rebuscó en su magín todos los
"devices" que se aconsejaban en los libros versados en la enseñanza
del inglés. La mente de Peyo estaba entenebrecida como noche de barrunto.
"Un atajo, un atrecho, una maña, que me saquen al camino", clamó. Y
remeciéndose la atribulada cabeza entre los toscos dedos, ante el asombro de
los alelados discípulos, dejó caer estas palabras: ¡Qué paraíso sería esto, sino fuera por el supervisor y sus
mojigangas!" Y convencido de que baldíos serían sus esfuerzoa para
conducir su clase en inglés, como otras veces se agenció un medio propio,
"un corte", como él los denominaba. Y optó por hacer una mixtura, un
mejurje, un injerto. "Y que saliera pato o gallareta".
Levantó el libro sobre las cabezas de sus
discípulos. Y con el índice manchoso de tabaco mostró la lámina en que se
extasiaba el soberbio gallo.
—Miren, this is a cock. Repita. Y los
muchachos empezaron a corear la palabra en forma inarmónica: cock, cock, cock.
Y Peyo, los nervios excitados, la cabeza
congestionada, gritó desaforadamente:
—¡So, más despacio; ya estos condenados
me han formado la gallera aquí mismo! Se apagaron las entonadas voces. Peyo se
ahogaba del calor. Se alejó otra vez hacia la ventanita. El sudor empapaba su
coloreada camisa. Le hacía falta aire, mucho aire. Y se detuvo un momento, las
manos agarradas como garfios al marco desnivelado de la ventana.
Inconscientemente fijó la mirada en el chorro
de la quebrada vecina -una lágrima fresca en la tosca peña. Y envidió al hijo
de la Petra que sumergía la sucia cara en las aguas perladas de sol. Hastiado
se decidió a salir lo más pronto posible del lío en que se había metido. Y con
pasos nerviosos se dirigió al frente de la clase:
—Ya ustedes saben, cock es gallo en
inglés, en americano. Y volvió a señalas con el dedo manchoso de tabaco al
vistoso gallo.
—Esto en inglés es cock, cock es gallo. Vamor
a ir poco a poco, que así se doma un potro, si no se desboca.
—¿Qué es esto en inglés, Teclo?
Y éste, que estaba como pasmado mirando
aquel gallo extraño, con timidez respondió: "Ese es gallo pava". Y el
vetusto salón se estremeció con el cascabeleo de las risas infantiles. Peyo
disimulando la gracia que le producían aquellas palabras, frunció el entrecejo,
por el aquel de no perder la fuerza moral, y con sorna ripostó: - Ya lo sabía,
éste se cuela en la gallera de don Cipria. ¡Y qué gallo pava! Este es un gallo
doméstico, un gallo respetable, no un gallo "mondao" como esos de
pelea. Y volvió a inquirir:
—¿Qué es esto en inglés?— Y los niños
entonaron la monótona cantinela: "Cock, cock, cock".
Y Peyo se sintió bastante complacido. Había
salido ileso de aquella cruenta pelea. Repartió algunos libros e hizo que los
abrieran en la página en que se "istoriaba" el fachendoso gallo.
-Vamos a leer un poco en inglés. Los muchachos miraban con sorpresa la página y
a duras penas podían contener los bufidos de risa. Se le demudó el rostro. Un
calofrío le atravesó el cuerpo. Hasta pensó presentar la renuncia con carácter
irrevocable al supervisor. "Ahora sí que se le entorchó a la puerca el
rabo." Ya a tropezones, gagueando, la lengua pesada y un sabor a maya en
los labios, leyó: "This is the cock, the cock says
cooca-doodledoo." Y Peyo se dijo para su capote. "O ese gallo tiene
pepita, o es que los americanos no oyen bien." Aquello era lo último. Pero
pensó en el pan nuestro de cada día.
"Lean conmigo: The cock says
coocadoodledoo." Y las voces temblaban en el viento mañanero.
—Está bien...
—Tellito, ¿cómo es que canta el gallo en
inglés?
—No sé, don Peyo.
—Pero, mira, muchacho, si lo acabas de leer...
—No—, gimió Tellito, mirando la lámina.
—Mira, canuto, el gallo dice coocadoodledoo.
Y Tellito, como excusándose, dijo: Don Peyo,
ese será el cantío del manilo americano, pero el girito de casa jace cocoroco
clarito.
Peyo olvidó todo su dolor y soltó una
estrepitosa carcajada, que fue acompañada de las risas frescas de los niños.
Asustado por la algazara, el camagüey de
don Cipria batió las tornasoladas alas y tejió en la seda azul del cielo su
cocoroco límpido y metálico.
Comentarios
Publicar un comentario