CARTA A MI ASESINO


Carta a mi asesino
Isis García

Apreciable hombre:

Decidí quedarme tirado y sin gritar. No quise incomodar
a la gente que dormía a esas horas de la madrugada. No intenté
obstruir la herida. Incluso, cerré los ojos e intenté imaginarme la luz;
pero no había túnel que recorrer, ni el más ínfimo destello pasajero.
No se lo diría si no fuera estrictamente necesario. No soy hombre de
muchas palabras, pero su caso me parece preocupante. El primer error
es evidente: debió procurar una muerte rotunda; por ponerle un adjetivo,
porque o se está muerto o no se está, sin términos medios ni adjetivos
calificativos.
Me parece alarmante la falta de seriedad, no solo por usted, sino por el gremio. Las mafias ya no son tan respetadas como antes. Algo pude notar en los pocos segundos de conocerle: es usted un romántico. La puñalada (en lugar de despreciables armas de fuego) y la ausencia de una infección abdominal después de la misma, delataron su obsesión por limpiar su material de trabajo. No cuestiono la pulcritud, sino la forma. Hacer una estocada correcta es todo un arte. Primero debe elegirse el lugar. Escogió un clásico: el abdomen. No cabe duda, es un sentimental. Yo, por supuesto, comparto la nostalgia de las quimeras de antaño. Me gusta escuchar a Sergio Fachelli en la radio y ninguna otra mujer ha sabido encender mi espíritu como Anita en La Dolce Vitta.
No perdamos la seriedad. La próxima vez que piense en hacer una puñalada, hágala justo debajo de las costillas en el costado derecho.  De esa forma hay mayor probabilidad de dañar órganos vitales: el hígado, la vesícula biliar, los conductos pancreáticos y, si es lo suficientemente hábil, el riñón. Quedó como novato cuando me apuñaló por la fosa iliaca izquierda (arriba de la pelvis). A lo más que puede aspirar en esa región es a dañar el colón o alguna parte del intestino. Con la medicina tan avanzada, son órganos prescindibles. No le digo esto porque me haya graduado en medicina, con trabajos acabé la secundaria; sin embargo, esa no es excusa para no leer sobre el cuerpo humano. Es imprescindible conocerse bien en esta profesión y en cualquier otra. La anatomía es una de mis pasiones. Su principal problema fue no haber imprimido la suficiente fuerza al arma. Un profesional, sin importar la prisa, apresuraría el paso para llegar a la víctima, pero no escatimaría tiempo al clavar el puñal.
Se necesita decisión en la cumbre. Al final se debe entregar completamente o todos los esfuerzos primarios importarán menos que nada. Requiere, también, deleitarse con la escena. Percibir la mirada aterrada de la presa indefensa que, en profundo silencio, exhala el último suspiro como homenaje a un trabajo bien hecho. El puñal únicamente atravesó mis tejidos superficiales: tejido adiposo y músculo; sin llegar al peritoneo y comprometer órganos internos. Ni pensar siquiera en la hazaña de haber dañado algún vaso. ¡Eso solo los profesionales! Entonces sí, hubiera sido irreparable. Shock hemorrágico, exanguinación inmediata, tres litros menos de sangre en unos cuantos segundos. Veinte minutos esperé con calma hasta la llegada de una ambulancia que acudió al llamado de algún vecino entrometido.  Me invade una terrible pena por usted. En lugar de un titular en los periódicos sobre un cuerpo abandonado, está recibiendo mi carta. Imagine la decepción que me llevé con la noticia de mi recuperación. Solo un risible mes hospitalizado: una semana en sala de urgencias y tres en piso.  De lo bochornoso que fue para mi familia y allegados prefiero no hablarle. Mi madre ya había planeado el funeral. Le recomiendo ser fiel a los principios de vida y sobre todo a los de muerte, especialmente, si optó por este oficio. Si no tiene vocación, desista de este empleo. Un trabajo, independientemente de cuál sea, debe hacerse con pasión arrebatada.
Es mi primera noche en casa, podrá ver la dirección en el sobre. Puede venir a terminar lo que empezó. Si lo logra, quédese con mi libro favorito de anatomía, es azul rey y está en un buró junto a mi cama.

Sinceramente, su servidor.

PD: No quiero tener el descuido de no explicar el por qué me encontraba en el callejón a las dos de la madrugada. A la medianoche recibí la llamada de un colega. Me dirigí al lugar indicado con unos tragos encima. Dejé en la cama de un hotel, la espalda desnuda de una despampanante dama. Usualmente, no trabajo en ese estado, pero nada vale más para mí que la lealtad a un buen amigo. El trabajo era sencillo y rutinario: matar a un hombre. Le juro por la santa memoria de mi padre, que de no ser porque me sorprendió primero, usted no lo hubiera contado. Lo espero…

Comentarios