LOS INOCENTES
Pedro Juan Soto
treparme
frente al sol en aquella nube con las palomas sin caballos sin
mujeres y no oler cuando queman los cacharros en el solar sin gente
que me haga burla
Desde
la ventana, vistiendo el traje hecho y vendido para contener a un hombre que no
era él, veía las palomas revolotear en el alero de enfrente.
o con
puertas y ventanas siempre abiertas tener alas
Comenzaba
a agitar las manos y a hacer ruido como las palomas cuando oyó la voz a sus
espaldas.
-Nene, nene.
La
mujer acartonada estaba sentada en la mesa (debajo estaba la maleta de tapas
frágiles, con una cuerda alrededor por única llave), y le observaba con sus
ojos vivos, derrumbada en la silla como una gata hambrienta y abandonada.
-Pan -dijo él.
Dándole
un leve empujón a la mesa, la mujer retiró la silla y fue a la alacena. Sacó el
trozo de pan que estaba al descubierto sobre las cajas de arroz y se lo llevó
al hombre, que seguía manoteando y haciendo ruido.
ser
paloma
-No hagah ruido. Pipe.
Él
desmoronó el trozo de pan sobre el alféizar, sin hacer caso.
-No hagah ruido, nene.
Los
hombres que jugaban dominó bajo el toldo de la bodega ya miraban hacia arriba. Él
dejó de sacudir la lengua.
sin
gente que me haga burla
-A pasiar a la plaza -dijo.
-Sí, Holtensia viene ya pa sacalte a pasiar.
-A la plaza.
-No, a la plaza no. Se la llevaron. Voló.
Él hizo pucheros. Atendió de nuevo al revoloteo de las
palomas.
no
hay plaza
-No, no fueron lah palomah -dijo ella-. Fue el malo,
el diablo.
-Ah.
-Hay que pedirle a Papadioh que traiga la plaza.
-Papadioh -dijo él mirando hacia fuera- trai la plaza
y el río…
-No, no. Sin abrir la boca -dijo ella-. Arrodíllate y
háblale a Papadioh sin abrir la boca.
Él se
arrodilló frente al alféizar y enlazó las manos y miró por encima de las
azoteas.
yo
quiero ser paloma
Ella
miró hacia abajo: al ocio de los hombres en la mañana del sábado y al ajetreo
de las mujeres en la ida o la vuelta del mercado. Lenta, pesarosa, pero
erguida, como si balanceara un bulto en la cabeza, echó a andar hacia la
habitación donde la otra, delante del espejo, se quitaba los ganchos del pelo y
los amontonaba sobre el tocador.
-No te lo lleveh hoy, Holtensia.
La
otra la miró de reojo.
-No empieceh otra veh, mamá. No le va pasal na. Lo
cuidan bien y no noh cuehta.
Saliendo
de los ganchos, el cabello se hacía una mota negra sobre las orejas.
-Pero si yo lo sé cuidal. Eh mi hijo. ¿Quién mejol que
yo?
Hortensia
estudió en el espejo la figura magra y menuda.
-Tú ehtáh vieja, mamá.
Una
mano descarnada se alzó en el espejo.
-Todavía no ehtoy muerta. Todavía puedo velar por él.
-No eh eso.
Los
bucles seguían apelmazados a pesar de que ella trataba de aflojárselos con el
peine.
-Pipe’h inocente -dijo la madre, haciendo de las
palabras agua para un mar de lástima-. Eh un nene.
Hortensia
echó el peine a un lado. Sacó un lápiz del bolso que mantenía abierto sobre el
tocador y comenzó a ennegrecer las cejas escasas.
-Eso no se cura -dijo al espejo-. Tú lo sabeh. Por eso
lo mejor…
-En Puerto Rico no hubiera pasao ehto.
-En Puerto Rico era dihtinto -dijo Hortensia, hablando
por encima del hombro-. Lo conocía la gente. Podía salir porque lo conocía la
gente. Pero en Niu Yol la gente no se ocupa y uno no conoce al vecino. La vida
eh dura. Yo me paso los añoh cose que cose y todavía sin casalme.
Buscando
el lápiz labial, vio en el espejo cómo se descomponía el rostro de la madre.
-Pero no eh por eso tampoco. Él ehtá mejol atendío
allá.
-Eso diceh tú -dijo la madre.
Hortensia
tiró los lápices y el peine dentro del bolso y lo cerró. Se dio vuelta; blusa
porosa, labios grasientos, cejas tiznadas, bucles apelmazados.
-Dehpuéh de un año aquí, merecemoh algo mejor.
-Él no tiene la culpa de lo que noh pase a nosotrah.
-Pero si se queda aquí, la va tenel. Fíjate.
Se
abalanzó sobre la madre pata cogerle un brazo y alzarle la manga que no pasaba
del codo. Sobre los ligamentos caídos había una mancha morada.
-Ti ha levantao ya la mano y yo en la factoría no
estoy tranquila pensando que’htará pasando contigo y con él. Y si ya pasao
ehto…
-Fue sin querel -dijo la madre, bajando la manga y
mirando al piso al mismo tiempo que torcía el brazo para que Hortensia la
soltara.
-¿Sin querel y te tenía una mano en el cuello? Si no
agarro la botella, sabe Dioh. Aquí no hay un hombre, que li haga frente y yo
m’ehtoy acabando, mamá y tú le tieneh miedo.
-Eh un nene -dijo la madre con su voz mansa,
ahuyentando el cuerpo como un caracol.
Hortensia
entornaba los ojos.
-No vengah con eso. Yo soy joven y tengo la vida por
delante y él no. Tú también ehtáh cansa y si él se fuera podríah vivil mejor
los añoh que te quedan y tú lo sabeh pero no ti atreveh a decirlo porque creeh
que’h malo pero yo lo digo por ti tú ehtáh cansa y por eso filmahte loh papeleh
porque sabeh que’n ese sitio lo atienden máh bien y tú entonceh podráh sentalte
a ver la gente pasar por la calle y cuando te dé la gana puedeh pararte y salir
a pasiar como elloh pero prefiereh creer que’h un crimen y que yo soy la
criminal pa tú quedar como madre sufrida y hah sido una madre sufrida eso no se
te puede quital pero tieneh que pensar en ti y en mí. Que si el caballo lo
tumbó a loh diez añoh…
La
madre salía a pasos rápidos, como empujada, como si la habitación misma la
soplara fuera, mientras Hortensia decía:
-…y los otroh veinte los ha vivío así tumbao…
Y se
volvía para verla salir, sin ir tras ella, tirándose sobre el tocador donde
ahora sentía que sus puños martillaban un compás para su casi grito.
-…nosotroh loh hemoh vivío con él.
Y
veía en el espejo el histérico dibujo de carnaval que era su rostro.
y no
hay gallos y no hay perras y no hay campanas y no hay viento del río y no hay
timbre de cine y el sol no entra aquí y no me gusta
-Ya -dijo la madre inclinándose para barrer con las
manos las migajas del alféizar. La muchachería azotaba y perseguía una pelota
de goma en la calle.
y la
frialdad duerme se sienta camina con uno aquí dentro y no me gusta
-Ya, nene, ya. Di amén.
-Amén.
Lo
ayudó a incorporarse y le puso el sombrero en la mano, viendo que ya Hortensia,
seria y con los ojos irritados, venía hacía ellos.
-Vamoh, Pipe. Dali un beso a mamá.
Poso
el bolso en la mesa y se dobló para recoger la maleta. La madre se abalanzó al
cuello de él -las manos como tenazas- y besó el rostro de avellana chamuscada y
pasó los dedos sobre la piel que había afeitado esta mañana.
-Vamoh -dijo Hortensia cargando bolso y maleta.
Él se
deshizo de los brazos de la madre y caminó hasta la puerta metiendo la mano que
llevaba el sombrero.
-Nene, ponte’l sombrero -dijo la madre, y parpadeó
para que él no viera las lágrimas.
Dándose
vuelta, él alzó y dejó encima del cabello envaselinado aquello que por lo chico
parecía un juguete, aquello que quería compensar el desperdicio de tela en el
traje.
-No, que lo deje aquí -dijo Hortensia.
Pipe
hizo pucheros. La madre tenía los ojos fijos en Hortensia y la mandíbula le
temblaba.
-Ehtá bien -dijo Hortensia, -llévalo en la mano.
Él
volvió a caminar hacia la puerta y la madre lo siguió, encogiéndose un poco
ahora y conteniendo los brazos que querían estirarse hacia él.
Hortensia
la detuvo.
-Mamá, lo van a cuidal.
-Que no lo mal…
-No. Hay médicoh. Y tú… cada do semanah. Yo te llevo.
Ambas
se esforzaban por mantener firme la voz.
-Recuéhtate, mamá.
-Dile
que se quede… no haga ruido y que coma de to.
-Sí.
Hortensia
abrió la puerta y miró fuera para ver si Pipe se había detenido en el rellano.
Él se entretenía escupiendo sobre la baranda de la escalera y viendo caer la
saliva.
-Yo vengo temprano, mamá.
La
madre estaba junto a la silla que ya sobraba, intentando ver al hijo a través
del cuerpo que bloqueaba la entrada.
-Recuéhtate, mamá.
La
madre no respondió. Con las manos enlazadas enfrente, estuvo rígida hasta que
el pecho y los hombros se convulsionaron y comenzó a salir el llanto hiposo y
delicado.
Hortensia
tiró la puerta y bajó a Pipe a toda prisa. Y ante la inmensa ciudad de un
mediodía de junio, quiso huracanes y eclipses y nevadas.
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